lunes, febrero 27, 2012

Jacarandas


Mis pasos en esta calle
     resuenan
      en otra calle
     donde
      oigo mis pasos
     pasar en esta calle
     donde

Sólo es real la niebla

Aquí, Octavio Paz

Regresas y crees que el sentimiento de pérdida y lejanía desaparecerá con la vuelta. Que ahora que estás en casa, donde la gente habla y se ve como tú, la sensación de distancia quedará atrás y las cosas volverán a ser como antes, crees que quedaron atrás los años lejos y los días de ausencias. Pero la verdad es que aún si las cosas fuesen como antes –y no lo son- el sentimiento sería el mismo, ya no extrañarás las gloriosas mañanas de invierno en el trópico, pero recordarás las interminables tardes de verano en una terraza junto al río. Vuelve la gente, los colores, la música y la comida, pero se quedan atrás los amigos, los periódicos del domingo, el café en el que escribiste la tesis y el departamento en Bath Street desde el que alimentabas a los patos.  

Tampoco sabes si la inquietud que sientes es por lo que dejaste allá, lejos, o porque intuyes que no estás de vuelta sino de visita, porque regresas solamente para recordar y poder extrañar todo esto de nuevo una vez que te vayas. Porque cuando te vayas de nuevo y regresen los días de ausencias, no sólo extrañarás lo que ahora tienes y antes te hacía falta, extrañarás también todas las cosas que han quedado atrás con tu regreso. 

 Lo hablas con los pocos amigos que tienes que también han regresado –que no se han ido de nuevo aún- y el sentimiento es el mismo. Todos intentan comprar la menor cantidad posible de cosas –tus libros siguen empacados en las cajas en que llegaron -  y evitan comprar  muebles, todos lo piensan dos veces antes de firmar cualquier contrato, comportamiento al que te refieres como el síndrome del nómada, y que has llevado al extremo, al grado que te impide contratar cable o internet. No sabes si cambiar el viejo estéreo, comprar libreros y un escritorio, o esperar sólo un poco más en caso de tener que empacar de nuevo. Después de tantas mudanzas sabes que si no cabe en un par de maletas no es necesario.

Recuerdas –porque en tu familia lo han sabido cien generaciones, hijo de eternos migrantes- que no puedes atesorar nada que no puedas llevar contigo, así que en vez de vivir en el aquí y el ahora como la gente normal, vives hacia adentro, en la cabeza y el corazón.  Sabes que las distancias no se miden en kilómetros, sino en husos horarios, días, lejanías, años y ausencias, y has aprendido que si tienes suerte encontrarás tu hogar en los brazos de alguien a quien no dejarás ir –I have seen, my home town, in your eyes-.

No sabes si regresarán los agridulces domingos desterrados del infinito o cuándo tendrás que extrañar de nuevo el olor a tierra mojada, pero te consuela saber –eso sí, al menos- que ésta primavera no será de cerezos, sino de jacarandas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He sentido todo ese muchas veces. Ahora me esfuerzo para que deje de ser así.

Anónimo dijo...

wanderlust

Anónimo dijo...

Piensa que llega un momento, después de haber empacado muchas veces la vida entera en dos maletas, que debes hacer conciencia de que ya puedes elegir donde quieres tomarte el café todos los días, para que por fin dejes de decirte departamento a tu departamento y empieces a llamarlo hogar. A menos que seguir extrañando se haya vuelto en una especie de adicción a estar lejos.

Anónimo dijo...

Ahora me han dado ganas de irme de nuevo. En el fondo no estoy segura de querer quedarme aquí. Eso me hace leer este post una y otra vez.