viernes, diciembre 21, 2012

APOCALIPSIS


Se acaba el papel del toilette.
La crema de afeitar.
La pasta de dientes.
Se termina el champú.
Se caen los botones.
Se arruga la ropa.
Los cuchillos pierden el filo.
El pelo crece.
Se abren grandes grietas
en las suelas de los zapatos.
Los tapetes se desgastan.
Las goteras perforan la mente.
Hay que cortarse las uñas.
Cambiarse las gafas.
Se fundieron los bombillos.
No vemos nada.
El fin del mundo se instalo en casa....

Cobo B.(1997).No sabes con cuanto gusto te disfruto impúdica .

sábado, mayo 19, 2012

Entropía


Para una mirada no entrenada podría parecer todo producto del descuido, la falta de atención o los malos modales (puesto vulgarmente, la flojera). Sin embargo, el desorden en mi departamento obedece a un plan cuidadosamente establecido.

Las múltiples tazas de café y té de cosechas diversas, los periódicos, las mil revistas que me llegan semanalmente, hojas sueltas con ecuaciones, la ropa sucia en el suelo y la ropa limpia en donde se pueda, los platos sucios en el fregadero y media docena de libros con separadores improvisados señalando el lugar donde dejé la lectura, las películas y los cuadernos, no son sino mi forma de pagarle a la naturaleza por los favores recibidos, en un acuerdo tácito, sin contratos ni testigos, que sin embargo parece tener a ambas partes razonablemente satisfechas.

El pacto está basado en la segunda ley de la termodinámica, que en una de sus múltiples formulaciones, determina que la entropía de un sistema es una función creciente del tiempo. De esta forma, el orden en la naturaleza –la creación de un cristal, ordenar moléculas para sintetizar proteínas o incluso la creación de una obra de arte-  al ser procesos que localmente reducen la entropía presente en el sistema, requieren que alguna otra parte del universo absorba ésta entropía residual, expulsada de su entorno para ordenar los átomos, las moléculas, los colores y los sonidos.

Aquí es donde entra mi pacto con la naturaleza, pues le he ofrecido mi departamento como un depósito de entropía, necesario para que en algún otro lugar del universo exista un poco más de orden. La ropa en el suelo bien pueden ser la otra cara de un diamante y las tazas con la borra del café una sinfonía. Mi casa se llena así de tesoros secretos.

De la misma manera, cuando la vida se pone complicada, reconsidero el pacto y me pongo a pensar en levantar mi departamento, planchar la ropa y organizar libros y revistas en orden alfabético. Sin embargo, siempre recapacito y dejo las cosas como están pues tampoco es cuestión de ponerse vengativo – no querer levantar no tiene nada que ver con la flojera de hacerlo, como podría parecerle a un ojo poco entrenado.

lunes, abril 30, 2012

Instrucciones para correr un maratón* en 12 minutos 15 segundos


*O 10K,  o un medio maratón, o cualquier otra distancia.

1) Vaya al siguiente link: The Punch Brothers
2) Dele play a la canción, escúchela con mucho cuidado.
3) Imagínese que corre, y que la canción le indica como se siente y el ritmo que lleva.
4) Cruce la meta con la última nota.
5) No olvide estirar e hidratarse.


Correr es una actividad fundamentalmente introspectiva.  No puedo hablar por otras personas, pero puedo asegurar es mi caso. Efectivamente, corro por ejercitarme, aunque a estas alturas correr se ha convertido en una actividad que va mucho más allá de un simple acondicionamiento físico.

El entrenamiento para un maratón (o cualquier distancia larga en verdad) tiene  que ver con fortalecer las piernas y preparar la espalda para el continuo desgaste de la carrera, enseñarle al cuerpo a usar las reservas de energía y que el corazón aguante el ritmo. Pero ésta cuestión física es solo parte del entrenamiento, y es que las distancias largas son complicadas también mentalmente.

Tiene uno que aprender a aguantarse a sí mismo cansado, harto, posiblemente con algún dolor, y convencerse de seguir con la tortura todos los kilómetros que faltan. Mueve una pierna frente a la otra, respira, levanta la espalda y jala con los brazos, solo un kilometro más, jala, llegamos al siguiente kilometro y negociamos, no, ya sé que no nos vamos a parar pero podríamos bajar el ritmo, tal vez, primero lleguemos  a la mitad de la carrera, respira, mueve las piernas, no pienses en cuanto falta, dale, sigue a ese grupo que trae buen paso, no te caigas, levanta la espalda, mueve las piernas, respira, ya sé que duele, ya sabes, la canción de la temporada, “Try, try, try”, jala, cada vez falta menos.

Cada quien tiene su propia forma de mantener la cabeza ocupada durante las distancias largas, hay quien repite un mantra y otros escuchan música –esto hay que hacerlo con cuidado porque mantener el paso, respirar decentemente y no dejar que la técnica completa se descomponga depende de mantenerse concentrado- en mi caso, quizás inevitablemente, me da por hacer cuentas mientras corro. Me explico. Calculo el tiempo que me falta para llegar a la meta o a algún objetivo intermedio dada la velocidad que llevo, calculo cuánto tendría que aumentar mi velocidad para acabar uno, dos o cinco minutos más rápido, y también cuanto espacio tengo si no puedo mantener el paso y aun así quiero terminar debajo de un tiempo dado. A veces me aburro y las cuentas las hago en millas por hora, o intento convertir mis unidades a pasos por minuto –la longitud de mis pasos es una función de la velocidad, en general me toma entre ciento cinco y ciento veinticinco pasos correr doscientos metros, esto plantea una serie de problemas interesantes sobre el número de pasos que di o daré en la carrera de terminar en un tiempo dado, estos problemas (como la vida) no admiten una respuesta única.

No deja de parecerme entonces un tanto curioso que a pesar de la disciplina mental que exige –¿o será precisamente por eso?- me da por ir a correr como quien va al psicoanalista, agarrado a la realidad con la suela de los tenis. Ordeno mis penas kilometro a kilometro y le cuento mis problemas a la pista, quien me recomienda no dejar de mover las piernas hasta que no hayan quedado atrás. Si me siento perdido no es raro que la ruta se convierta en el camino, y como en toda buena terapia, hay veces que la sesión es tan intensa que termina uno desbordado de emociones.  Después viene la paz interior y uno es humano de nuevo, la intensidad de las emociones disminuye y dejan atrás un resplandor cálido y una sonrisa. Con un poco de suerte además esta noche dormiré bien. En todo caso, secretamente siento que he logrado mantener la cordura, un día más sin perder la razón.




lunes, abril 02, 2012

Haiku

Las estrellas
me guían en la noche
tus mil lunares.

A la Sombra del Abuelo III


Por alguna extraña razón –tengo una teoría, pero no me quiero poner filosófico- en casa conservamos todos los efectos personales que alguna vez pertenecieron al abuelo, o con los cuales tuvo contacto, o que están    de alguna manera relacionados con él (por supuesto, me refiero a todos los efectos personales que alguna vez le pertenecieron, con los cuales tuvo contacto o estuvieron de alguna manera relacionados con él a los que además logramos echarles el guante, mucho fue el material perdido a lo largo de los años).

Tenemos los diarios de los años 45 al 52 y un manual de procedimientos para la fábrica de pólvora que el abuelo escribió cuando regresó a México. Varias copias de la revista interna de los laboratorios de la General Electric, con artículos del abuelo y un radio de tanque M4 Sherman  de la segunda guerra mundial que mi hermano quiere convertir en la carcaza retro de un estéreo moderno. Tenemos los brazos, los planos y copias de la patente de la balanza de alta precisión para cargas grandes diseñada por el abuelo, que podía registrar el cambio en el peso debido a la pérdida de agua en la respiración de un gatito dormido  -mi padre aún alberga la esperanza de que mi hermano o yo corrijamos el rumbo y nos dediquemos a la física, y entonces reconstruyamos los aparatos del abuelo que llevan medio siglo esperando funcionar de nuevo.

Hemos encontrado (y guardado escrupulosamente) la factura de la ferretería por cien gramos de clavos de dos pulgadas comprados en 1960 y copias de la nómina pagada por el abuelo al pequeño ejército de personal que le auxiliaba en la casa y el taller. Los manuales de una soldadora comprada a Casa Boker en 1948 (no sabemos qué le pasó a la soldadora) y los recibos del abuelo del tiempo que pasó en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas.

En el mismo cuarto tenemos una parte de la biblioteca del abuelo. Libros de medición, física cuántica, métodos de francés y diccionarios de náhuatl y maya. Una Enciclopedia Británica, el Resnik de cuando aún cabía en un tomo en pasta dura y una parte sustancial de la colección del Shaum’s publicada hacia finales de los sesentas (mecánica, termodinámica, cálculo integral, relatividad, metrología, dinámica de fluidos y hasta mecánica automotriz). Libros de pintura, biografías de Leonardo y manuales de medicina, veinticinco tomos de la colección francesa Que sais-je? y una colección de libros de historia que nos envidiaría cualquier estudiante del Colmex -¿he mencionado que el abuelo era un tipo con intereses diversos?.

Perdido en las cajas hay un pedazo de pechblenda -que para mayor referencia es uno de los minerales de los que se extrae el uranio-  al que nos referimos como la piedra radioactiva –lo mas fácil para encontrarlo es buscar en una noche sin luna con la luz apagada, la piedra está dentro de la caja que brilla- la presencia de esta piedra en casa es la base de varias teorías que explican el extraño comportamiento de los miembros de la familia. Junto con la piedra tenemos los planos de un contenedor de material radioactivo que el abuelo diseñó para la primera unidad de medicina nuclear en México y las radiografías hechas de la estructura para comprobar que las uniones en la jaula de plomo no tenían espacios que pudiesen permitir fugas de radiación.

En las cajas de junto hay partes de un generador de Van de Graaff enorme, capaz de generar chispas de cinco metros de longitud  y suficiente voltaje para desatar una tormenta eléctrica. Las minutas del  Proyecto Chapultepec, un experimento diseñado por el abuelo para detectar gravitones -las partículas que de acuerdo a la teoría de campos cuánticos transmiten la interacción gravitatoria y el borrador de una carta que el abuelo envió a Excélsior con motivo de algún editorial que no hemos logrado encontrar.

 Montadas en las repisas hay unas cuantas esculturas del abuelo –cuenta la leyenda que fue precisamente mientras esculpía algo en una playa en Upstate New York que el abuelo conquistó a la abuela. De la sala cuelga un oleo con el hombre viejo del Old Parr que Don José pintó–en algún momento de mi niñez pensé que se trataba de un antepasado ilustre de la familia- y la foto donde se ve al abuelo con la abuela en una trajinera en Xochimilco, los nombres de la barca aun hechos con flores, los canales vacíos, el abuelo de riguroso traje y corbata, pañuelo en el bolsillo, y la abuela elegantísima con una blusa mexicana.

Guardadas en un cajón hay copias de la lista de canciones reproducidas en los programas que transmitió el abuelo desde el colegio Civil de Monterrey cuando a los veinte años junto con un par de amigos montó una de las primeras estaciones de radio de la ciudad, la carta con la que el gobierno de los Estados Unidos lo convoca para ir a la guerra y sus libretas llenas de crípticas anotaciones –en el sentido literal de la palabra, cuando el abuelo escribía algo que quería mantener en secreto tenía su propio código, como  Leonardo, y al igual que con el código de Leonardo, el sistema del abuelo es uno de sustitución simple que no impediría a alguien determinado a leer sus notas hacerlo, pero que resulta suficiente para mantener a los chismosos a raya.

Haciendo el inventario creo que vale la pena perder una nota de la tintorería al fondo del closet y olvidar una carta en algún cajón. Hacerle anotaciones a un libro durante un viaje y al regresarlo al librero dejar una postal como separador de páginas, guardar alguna nota del super y el portavasos de un restaurant. Es extraordinario, pero nuestras rutinas, los objetos cotidianos y todas aquellas cosas que descartamos pueden algún día ser el tesoro y los recuerdos de alguien más.



lunes, febrero 27, 2012

Jacarandas


Mis pasos en esta calle
     resuenan
      en otra calle
     donde
      oigo mis pasos
     pasar en esta calle
     donde

Sólo es real la niebla

Aquí, Octavio Paz

Regresas y crees que el sentimiento de pérdida y lejanía desaparecerá con la vuelta. Que ahora que estás en casa, donde la gente habla y se ve como tú, la sensación de distancia quedará atrás y las cosas volverán a ser como antes, crees que quedaron atrás los años lejos y los días de ausencias. Pero la verdad es que aún si las cosas fuesen como antes –y no lo son- el sentimiento sería el mismo, ya no extrañarás las gloriosas mañanas de invierno en el trópico, pero recordarás las interminables tardes de verano en una terraza junto al río. Vuelve la gente, los colores, la música y la comida, pero se quedan atrás los amigos, los periódicos del domingo, el café en el que escribiste la tesis y el departamento en Bath Street desde el que alimentabas a los patos.  

Tampoco sabes si la inquietud que sientes es por lo que dejaste allá, lejos, o porque intuyes que no estás de vuelta sino de visita, porque regresas solamente para recordar y poder extrañar todo esto de nuevo una vez que te vayas. Porque cuando te vayas de nuevo y regresen los días de ausencias, no sólo extrañarás lo que ahora tienes y antes te hacía falta, extrañarás también todas las cosas que han quedado atrás con tu regreso. 

 Lo hablas con los pocos amigos que tienes que también han regresado –que no se han ido de nuevo aún- y el sentimiento es el mismo. Todos intentan comprar la menor cantidad posible de cosas –tus libros siguen empacados en las cajas en que llegaron -  y evitan comprar  muebles, todos lo piensan dos veces antes de firmar cualquier contrato, comportamiento al que te refieres como el síndrome del nómada, y que has llevado al extremo, al grado que te impide contratar cable o internet. No sabes si cambiar el viejo estéreo, comprar libreros y un escritorio, o esperar sólo un poco más en caso de tener que empacar de nuevo. Después de tantas mudanzas sabes que si no cabe en un par de maletas no es necesario.

Recuerdas –porque en tu familia lo han sabido cien generaciones, hijo de eternos migrantes- que no puedes atesorar nada que no puedas llevar contigo, así que en vez de vivir en el aquí y el ahora como la gente normal, vives hacia adentro, en la cabeza y el corazón.  Sabes que las distancias no se miden en kilómetros, sino en husos horarios, días, lejanías, años y ausencias, y has aprendido que si tienes suerte encontrarás tu hogar en los brazos de alguien a quien no dejarás ir –I have seen, my home town, in your eyes-.

No sabes si regresarán los agridulces domingos desterrados del infinito o cuándo tendrás que extrañar de nuevo el olor a tierra mojada, pero te consuela saber –eso sí, al menos- que ésta primavera no será de cerezos, sino de jacarandas.

lunes, febrero 06, 2012

Del diario de Joe Malpica


Debí haber sido paciente con el suegro. Entre más lo pienso, más me intriga la idea de calcular la probabilidad de un evento social. Finalmente, aún si no puedo encontrar un marco teórico para tratarlo cuantitativamente, el concepto tiene mérito en términos cualitativos. Yo mismo regresé a México por un cálculo de esta naturaleza. No me gustó la probabilidad de sobrevivir en las trincheras.

jueves, enero 26, 2012

A la Sombra del Abuelo II


Sentado en la sala de espera el Reverendo Edward Diamond se preguntaría por  la probabilidad de volver a ver a su hija y a sus nietos.

Se preguntaría por la probabilidad de volver a su hija y a sus nietos porque la ciudad de México quedaba muy lejos de su casa en Schenectady y los años le empezaban a pesar. Porque si en los últimos quince años ésta era la primera vez que los astros se alineaban para poder venir a visitar a su hija -probablemente el reverendo pensara en la voluntad de Dios y no en la alineación de los astros, pero eso es pura especulación-  el reverendo no estaba seguro de poder viajar de nuevo en quince años más.

El reverendo se preguntó por la probabilidad de volver a ver a su hija y no pudo evitar sonreír. Unos días antes le había preguntado a su yerno si él, el experto en aparatos de medición científica, podría calcular la probabilidad de que ocurriesen todos los eventos que llevaron a que un niño nacido en Shropshire, Kent en 1878, se despidiese de su hija y sus nietos en la Ciudad de México en 1958, y la respuesta que había obtenido de su yerno había sido de una complejidad alarmante, de la cual sólo le quedó claro que a su yerno le molestaba hablar de la probabilidad de un evento social por algo que tenía que ver con un apostador que  tira monedas –después de escuchar a su yerno por una hora larga  argumentar porqué la probabilidad de un fenómeno social es un concepto equivocado, al reverendo le surgieron más dudas, incluida la de si su yerno era un apostador empedernido por la intensidad con la que hablaba de apostar al resultado de un volado o de sacar una carta de un mazo-. Parece que el yerno estaba en contra de experimentar con personas como si fuesen monedas –pero no de apostar al resultado- o algo por el estilo, y por tanto no estaba dispuesto a discutir la probabilidad de que los eventos en la vida del reverendo hubiesen ocurrido de esa manera y no otra.

Sentado en la sala de espera, el reverendo pensaría –muy a pesar de la opinión del yerno- en lo fabulosamente remoto que era cada uno de los eventos en su existencia –y como en un dominó, lo remoto de los eventos en la existencia de su hija, su yerno y sus nietos, a quienes no sabía si volvería a ver-.  Haber vivido en  Keewatin y Kenora en vez de Dehli y Calcuta, nacer en el corazón del imperio en pleno apogeo del reinado  de su majestad  la Reina Victoria y morir –de eso no tenía certeza, pero le parecía que las probabilidades eran altas, a pesar de las reservas de su yerno- en Nueva York cuando éste se había convertido en el centro nervioso de la nueva superpotencia.

Igual de remoto le parecía sobrevivir –y como súbdito de la corona no pelear- dos guerras mundiales como haber perdido a un sobrino después de firmado el armisticio, desactivando una bomba de la Luftwaffe que había caído en Green Park y decidió explotar precisamente en el momento en que el pobre James Diamond la desactivaba –¿cual es la probabilidad de que una bomba que se negó a explotar después de caer de cientos de metros de altura decida explotar precisamente cuando uno intenta desactivarla?-, la probabilidad de volver a ver al pobre James era cero, a menos que se encontrasen en la otra vida y ahí lograsen reconocerse, pero si el hablar de la probabilidad de encontrarse a alguien en esta vida había lanzado a su yerno en un arrebato de cólera, el reverendo prefería no tocar el tema de encontrárselo en cualquier otra.

El reverendo se preguntaba por la probabilidad de volver a ver a su hija y no pudo evitar pensar en la probabilidad de volver a ver los lugares de una vida que hace muchos años se había quedado atrás. Oír  de nuevo las campanas de su Mary-in-Hill, y ver el altar diseñado por el mismo Wren. Volver a caminar por las colinas de Gales donde conoció a su mujer o sentarse a escuchar el rumor del Támesis.  Dar un paseo por Regent's Park o salir a Windsor de fin de semana. Cazar venados a las afueras de Kenora y salir a patinar en los inmensos lagos congelados del invierno canadiense. 


Ahí, sentado en la sala de espera en la ciudad de Mexico, el reverendo se daría cuenta de la vejez no es preguntarse por las probabilidades de volver a los lugares de la niñez o ver de nuevo a su hija y sus nietos. El reverendo se daría cuenta de que la vejez es conocer la probabilidad de estos eventos. Exactamente cero.


sábado, enero 21, 2012

Oaxaca


I

Cuando papá nos dijo que se retiraba del negocio del mezcal mi hermano y yo decidimos regresar para seguir con la tradición.  De toda la vida el hizo mezcal y lo vendía al mayoreo para que lo embotellaran. Nosotros queremos nuestra propia marca de mezcal, artesanal, como papá nos enseñó. Su fábrica estaba acá arriba, en el pueblo. Ahora él ya se retiró, pero me ayuda cuidando mis magueyales y a veces viene y  me echa la mano con el mezcal. Tenemos unos magueyes acá atrás y otros por allá, pasando el pueblo en un terrenito.

Yo estuve dieciséis años en Estados Unidos y mi hermano sigue allá, me regresé apenas cuando papá nos dijo que se retiraba. Yo hago el mezcal y mis hermanas lo embotellan en el pueblo. Mi hermano está sacando los permisos para vender en Estados Unidos. Ya venden este mezcal en algunos lugares en la colonia Roma en Mexico, una copita cuesta ochenta pesos.  Cuando terminemos la construcción le voy a poner corazones en las paredes y las columnas. Además quiero colgar un corazonzote en el techo. Estamos pensando también en poner un restoran, porque en Matatlán no hay restoranes buenos, hay lugares de quesadillas y de tacos y así, pero no hay ningún restorán, y queremos abrir uno donde se pueda comer de la comida tradicional del pueblo.

La única razón por la que paramos en ese lugar fue para tomarle fotos a los magueyes. Nos detuvimos en el estacionamiento (poco más que un terraplén al lado de la carretera) de una construcción que parecía mas una casa que una destilería y tenía enfrente un letrero: “Fabrica de mezcal”.   Mientras Rebe tomaba fotos del campo un hombre joven se asomó a la ventana y me hizo señas invitándome a acercarme.

Adentro el hombre joven hablaba con su padre junto a la montaña de magueyes que estaban a punto de moler.  Les pregunté si el mezcal era verdaderamente elaborado en la pequeña casa y orgullosamente me dijeron que si. Me mostraron el lugar en la parte trasera donde ponen los magueyes a cocer -en un hoyo como la barbacoa, cocidos únicamente  al vapor para que no se quemen,  lo  importante es hacer una cama con deshechos entre la madera que se quemará y los magueyes para evitar que se achicharren todos- y me dieron a probar ese maguey tierno recién cocido, de sabor dulce y textura carnosa, sorprendentemente cercano al acitrón (que bien visto, tampoco es sorprendente si uno recuerda  que el acitrón se hace de la biznaga).


Regresamos a la casa y me dijeron que el pozo de piedra en el que estaban amontonados los corazones de maguey recién cocidos era el lugar donde se muelen antes de fermentarlos  -la molienda se hace con una enorme piedra tirada por una yegua que va triturando los magueyes con cada vuelta-. Las primeras dos vueltas son las más difíciles y hay que ayudarle a la yegua, después ya agarra su paso y se sigue sola,  nomás hay que  ir jalando el maguey para molerlo de a pocos.

Junto al pozo de piedra estaban los barriles con una mezcla en pleno estado de fermentación –en época de calor  en un día se fermenta todo-. Una vez que la yegua ha terminado con su trabajo se toman los magueyes y se ponen en un barril, al barril se le agregan doscientos litros de agua caliente para empezar el proceso de fermentación y se deja reposar.  Al otro día se le agregan otros tantos litros de agua fría y luego ya en un día más esta listo el mezcal para destilarse.

Las enormes ollas para destilar, el horno de leña, el serpentín y la pila de agua estaban ahí mismo, participando como todos los demás implementos en la fábrica en la alquimia del mezcal. La culminación de todo el proceso -cuidar los magueyes en el campo por años hasta que están listos para ser cocidos, molidos, fermentados y destilados- caía remolonamente y era recogido gota a gota por un bidón de plástico.

Le pusimos Mal de amor y otras historias por eso, porque te saca y te arregla el mal de amor. El nombre nació en una fiesta acá en el pueblo, estábamos en la casa y empezamos a tomar mezcal. Entonces cada quien empezó a contar una historia, que si el engañado o a la que le rompieron el corazón, un amigo nos contó de todos los problemas que tenía con su papá y que se suelta a llorar. Y así, cada quien fue contando su historia y  se nos ocurrió que cada copita de mezcal te saca el mal de amor, y otras historias.

II

Esos dos collares son los únicos collares de mi hermano que tenemos en la tienda.  La cerámica no es de alta temperatura, pero apenas. El horno se queda como a 20 ó 30 grados de los hornos de alta temperatura.

Si, Vicente es mi papá, él hizo esos platos. Mi papá era alfarero de los que hacía mil platos al día, y los vendía a diez centavos la pieza. Pero luego llegó mi hermano que es artista plástico, y le dijo a mi papá que había que hacer cosas diferentes. Ahora mi papá hace trabajo de otro tipo, como los platos que ustedes vieron o aquellos floreros. Este año ha ganado tres primeros lugares nacionales en concursos de cerámica.

Le diré a mi hermano que les encantaron sus collares. Hay piezas de mi papá y mi hermano en el museo del palacio de gobierno.  Si hay algo que les interesa escriban un email y tal vez cuando mi hermano vaya al DF se los puede llevar.

III

Las gallinas bailando las hizo mi padre. Son de diseño suyo original, nadie más las hace. Hay piezas de mi padre y mías en el museo de San Bartolo Coyotepec. Esta del lado derecho de la carretera si van de regreso a la ciudad. Ahí pueden verlas. También hay en algunos museos de la Ciudad de México y en colecciones particulares.

Ganamos una beca para ir a Boston a mostrar cómo se hacen los alebrijes a unos niños y en unas librerías. Ya hemos ido varias veces. No tengo tarjeta, pero nuestros datos están en www.dancingchickens.com.  

No, es lo menos. Es una pieza única, nunca voy a volver a hacer una igual. Los cinco coyotes están tallados de una pieza de madera. El negro representa la noche y el azul el día, el café el fuego, el verde la tierra y el morado el espíritu. Esta pieza me tomó como una semana en tallar la madera y luego tres días en pintarla.  Es una pieza muy especial, y el que se la lleve se va a llevar algo que nadie más tiene.


sábado, diciembre 03, 2011

A la Sombra del Abuelo I


Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. 

J.L. Borges

Años después, a miles de kilómetros e infinitamente lejos –cualquier distancia imposible de cubrir resulta infinita- los cafetales de Cosautlán le recordarían a Jacobo aquellos campos  de cerezos  de su infancia.

Hijo de una familia de eternos migrantes –de Lisboa a Nantes, Rotterdam, Amsterdam y de vuelta a Portugal-   Jacobo intuía que solo se debe atesorar aquello que pudiese llevar consigo –y lo intuía no porque fuese una vaga idea, sino porque lo sentía con el cuerpo completo,  lo intuía en tanto que lo sabían también sus genes, los poros de su piel, su estómago y esa zona entre el corazón y los pulmones que se encarga de tomar decisiones en momentos importantes.  El recuerdo de los cerezos en primavera y la época de la vendimia en otoño serían pues lo único que acompañaría a Jacobo a lo largo de su vida.

Jacobo Meireies   no sería el primer ni último miembro de su familia en pasar por la vida con recuerdos e ideas como posesiones más preciadas. Su abuelo, Asher Mreien –Asher Meireies según los portugueses-, fue el primer miembro de su familia en volver  a pisar Portugal más de trescientos años después de la huida en 1526 que concluiría con la llegada a Amsterdam en 1627. Una vez en Amsterdam la familia del abuelo se dedicó a imprimir libros –pues la de los impresores era una de las pocas corporaciones abiertas a los judíos-  y una vez que el negocio y  la familia prosperaron, se dedicaron también a la distribución de libros de otras imprentas. Según Asher, la primera Torah encargada para la Esnoga de Amsterdam había sido impresa en los talleres familiares. 

Asher nunca le contó a Jacobo cómo o porqué había decidido dejar la estabilidad de Amsterdam por la aventura del Douro, pero Jacobo debe haber entendido lo suficiente como para tomar la misma decisión y cruzar el Atlántico en busca de fortuna.  La historia no es clara –al igual que su abuelo, Jacobo nunca le contó a sus nietos las razones por las que había dejado Portugal y mucho menos las circunstancias bajo las cuales había terminado plantando café en Cosautlán en vez de en Nueva York tallando diamantes o vendiendo telas- pero todo parece indicar que alrededor de 1875 Jacobo llegó al puerto de Veracruz con la intención de seguir su viaje hasta Nueva York. El misterio  es que Jacobo nunca tomó el siguiente barco –nunca pisaría Nueva York-  y en vez de esto se estableció en Cosautlán, donde eventualmente sería dueño de un pequeño plantío de café y un molino.

Hombre curioso y  de iniciativa, una vez que el negocio del café se estabilizó  se aburrió de administrar una empresa donde todos los movimientos se repiten, con variaciones infinitas pero ínfimas, año con año, estación con estación,  y en vez de hacer fortuna se dedicó a importar libros e inventarse proyectos. El recuerdo de los viñedos en la rivera del Douro de su infancia y una interpretación extravagante  del trabajo de Darwin –uno de sus primos le envió una copia de la primera edición de El origen de las especies en holandés, impreso por supuesto en los talleres de la casa Mreien-  lo inspiraron para intentar replicar las espectaculares terrazas sembradas de uvas y cerezos de Peso da Régua y hacerse su propio viñedo  en la sierra veracruzana a orillas del rio Pescados.

De esta manera, organizó desde su estudio en la casa de Cosautlán dos de los proyectos más ambiciosos que hubiese visto jamás el pueblo. La lógica de Jacobo era impecable: en Portugal los viñedos se encuentran en terrazas a orillas del rio, y de acuerdo a Darwin debería ser posible obtener una especie híbrida, descendiente de las uvas, que pudiese ser cultivada en el trópico y ser usada para hacer vino.

Así fue que Jacobo contrató a medio pueblo para cortar el cerro a la mitad y construir  terrazas a orillas del rio Pescados   -aún hoy los viejos del pueblo le cuentan a los niños historias del español que se volvió loco e intentó mover las montañas de lugar- y encargó varias docenas de variedades de uva para combinarlas con las especies locales y obtener uvas tropicales.     

Por supuesto ambos proyectos fueron un fracaso comercial, Jacobo nunca logró construir una terraza con área cultivable de más de unos cuantos metros cuadrados y sobra decir que jamás  logró obtener una especie de uva que pudiese crecer en las montañas del trópico.

Sin embargo,  hay que tener cuidado si uno busca juzgar estos proyectos de acuerdo a su rendimiento económico.  En el curso de su investigación Jacobo se hizo de la biblioteca de biología y geología  más grande del estado de Veracruz (y posiblemente del país en su campo), se convirtió en una autoridad mundial  en métodos de horticultura  y  mantuvo correspondencia con profesores de  Oxford ,  Coímbra y la Real y Pontificia Universidad de México.

Siguiendo el impulso que sentía en cada uno de sus genes, en los poros de su piel, en su estómago y en esa zona entre el corazón y los pulmones,  Jacobo invirtió todo el dinero que le rendían los cafetales y el molino  en letras e ideas,  el único equipaje con el que,  además del recuerdo de los cerezos en primavera y la época de la vendimia en otoño, Jacobo cargaría el resto de sus días.