Mis pasos
en esta calle
resuenan
en otra calle
donde
oigo mis pasos
pasar en esta calle
donde
Sólo es
real la niebla
Aquí, Octavio Paz
Regresas y
crees que el sentimiento de pérdida y lejanía desaparecerá con la vuelta. Que
ahora que estás en casa, donde la gente habla y se ve como tú, la sensación de
distancia quedará atrás y las cosas volverán a ser como antes, crees que
quedaron atrás los años lejos y los días de ausencias. Pero la verdad es que
aún si las cosas fuesen como antes –y no lo son- el sentimiento sería el mismo,
ya no extrañarás las gloriosas mañanas de invierno en el trópico, pero
recordarás las interminables tardes de verano en una terraza junto al río. Vuelve
la gente, los colores, la música y la comida, pero se quedan atrás los amigos,
los periódicos del domingo, el café en el que escribiste la tesis y el
departamento en Bath Street desde el que alimentabas a los patos.
Tampoco
sabes si la inquietud que sientes es por lo que dejaste allá, lejos, o porque
intuyes que no estás de vuelta sino de visita, porque regresas solamente para
recordar y poder extrañar todo esto de nuevo una vez que te vayas. Porque
cuando te vayas de nuevo y regresen los días de ausencias, no sólo extrañarás
lo que ahora tienes y antes te hacía falta, extrañarás también todas las cosas
que han quedado atrás con tu regreso.
Lo hablas con los pocos amigos que tienes que
también han regresado –que no se han ido de nuevo aún- y el sentimiento es el
mismo. Todos intentan comprar la menor cantidad posible de cosas –tus libros siguen
empacados en las cajas en que llegaron -
y evitan comprar muebles, todos lo
piensan dos veces antes de firmar cualquier contrato, comportamiento al que te
refieres como el síndrome del nómada, y que has llevado al extremo, al grado
que te impide contratar cable o internet. No sabes si cambiar el viejo estéreo,
comprar libreros y un escritorio, o esperar sólo un poco más en caso de tener que
empacar de nuevo. Después de tantas mudanzas sabes que si no cabe en un par de
maletas no es necesario.
Recuerdas
–porque en tu familia lo han sabido cien generaciones, hijo de eternos
migrantes- que no puedes atesorar nada que no puedas llevar contigo, así que en
vez de vivir en el aquí y el ahora como la gente normal, vives hacia adentro,
en la cabeza y el corazón. Sabes que las
distancias no se miden en kilómetros, sino en husos horarios, días, lejanías,
años y ausencias, y has aprendido que si tienes suerte encontrarás tu hogar en
los brazos de alguien a quien no dejarás ir –I have seen, my home town, in your
eyes-.
No sabes si
regresarán los agridulces domingos desterrados del infinito o cuándo tendrás
que extrañar de nuevo el olor a tierra mojada, pero te consuela saber –eso sí,
al menos- que ésta primavera no será de cerezos, sino de jacarandas.