jueves, enero 26, 2012

A la Sombra del Abuelo II


Sentado en la sala de espera el Reverendo Edward Diamond se preguntaría por  la probabilidad de volver a ver a su hija y a sus nietos.

Se preguntaría por la probabilidad de volver a su hija y a sus nietos porque la ciudad de México quedaba muy lejos de su casa en Schenectady y los años le empezaban a pesar. Porque si en los últimos quince años ésta era la primera vez que los astros se alineaban para poder venir a visitar a su hija -probablemente el reverendo pensara en la voluntad de Dios y no en la alineación de los astros, pero eso es pura especulación-  el reverendo no estaba seguro de poder viajar de nuevo en quince años más.

El reverendo se preguntó por la probabilidad de volver a ver a su hija y no pudo evitar sonreír. Unos días antes le había preguntado a su yerno si él, el experto en aparatos de medición científica, podría calcular la probabilidad de que ocurriesen todos los eventos que llevaron a que un niño nacido en Shropshire, Kent en 1878, se despidiese de su hija y sus nietos en la Ciudad de México en 1958, y la respuesta que había obtenido de su yerno había sido de una complejidad alarmante, de la cual sólo le quedó claro que a su yerno le molestaba hablar de la probabilidad de un evento social por algo que tenía que ver con un apostador que  tira monedas –después de escuchar a su yerno por una hora larga  argumentar porqué la probabilidad de un fenómeno social es un concepto equivocado, al reverendo le surgieron más dudas, incluida la de si su yerno era un apostador empedernido por la intensidad con la que hablaba de apostar al resultado de un volado o de sacar una carta de un mazo-. Parece que el yerno estaba en contra de experimentar con personas como si fuesen monedas –pero no de apostar al resultado- o algo por el estilo, y por tanto no estaba dispuesto a discutir la probabilidad de que los eventos en la vida del reverendo hubiesen ocurrido de esa manera y no otra.

Sentado en la sala de espera, el reverendo pensaría –muy a pesar de la opinión del yerno- en lo fabulosamente remoto que era cada uno de los eventos en su existencia –y como en un dominó, lo remoto de los eventos en la existencia de su hija, su yerno y sus nietos, a quienes no sabía si volvería a ver-.  Haber vivido en  Keewatin y Kenora en vez de Dehli y Calcuta, nacer en el corazón del imperio en pleno apogeo del reinado  de su majestad  la Reina Victoria y morir –de eso no tenía certeza, pero le parecía que las probabilidades eran altas, a pesar de las reservas de su yerno- en Nueva York cuando éste se había convertido en el centro nervioso de la nueva superpotencia.

Igual de remoto le parecía sobrevivir –y como súbdito de la corona no pelear- dos guerras mundiales como haber perdido a un sobrino después de firmado el armisticio, desactivando una bomba de la Luftwaffe que había caído en Green Park y decidió explotar precisamente en el momento en que el pobre James Diamond la desactivaba –¿cual es la probabilidad de que una bomba que se negó a explotar después de caer de cientos de metros de altura decida explotar precisamente cuando uno intenta desactivarla?-, la probabilidad de volver a ver al pobre James era cero, a menos que se encontrasen en la otra vida y ahí lograsen reconocerse, pero si el hablar de la probabilidad de encontrarse a alguien en esta vida había lanzado a su yerno en un arrebato de cólera, el reverendo prefería no tocar el tema de encontrárselo en cualquier otra.

El reverendo se preguntaba por la probabilidad de volver a ver a su hija y no pudo evitar pensar en la probabilidad de volver a ver los lugares de una vida que hace muchos años se había quedado atrás. Oír  de nuevo las campanas de su Mary-in-Hill, y ver el altar diseñado por el mismo Wren. Volver a caminar por las colinas de Gales donde conoció a su mujer o sentarse a escuchar el rumor del Támesis.  Dar un paseo por Regent's Park o salir a Windsor de fin de semana. Cazar venados a las afueras de Kenora y salir a patinar en los inmensos lagos congelados del invierno canadiense. 


Ahí, sentado en la sala de espera en la ciudad de Mexico, el reverendo se daría cuenta de la vejez no es preguntarse por las probabilidades de volver a los lugares de la niñez o ver de nuevo a su hija y sus nietos. El reverendo se daría cuenta de que la vejez es conocer la probabilidad de estos eventos. Exactamente cero.


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