Son ya algunas semanas desde que pusiste letras y palabras en un sobre con mi dirección. La carta no ha llegado aun, y me pregunto si se ha perdido en el infinito trayecto entre México y Madrid, o únicamente recuerda aquella época donde la comunicación entre las dos orillas del océano era cuestión de meses.
Tal vez sea mejor así, porque me puedo imaginar cada vez que fue lo que escribiste de acuerdo a mi gusto o estado de animo, de algún modo al no llegar la carta que escribiste, es como si me hubieras escrito todas las cartas que me pudiste haber escrito, y yo puedo escoger la que mas me guste -fíjate que aun así era necesario cerrar el sobre, ponerle un timbre y depositarlo en un buzón- y cambiarla tantas veces quiera.
Como siempre, me es imposible guardarte la misma consideración y debo negarte el placer de esas cosas que a mi tanto me gustan -elegir tus palabras- pues al recibir esta carta sabrás exáctamente lo que yo escribí y no podrás disfrutar como yo de cambiar esta carta a voluntad, al recibir estas palabras inmediatamente dejarás de recibir todas las demás cartas que pude haberte escrito en vez de esta.
No se si sea aun más ruin que me llevo esa oportunidad precisamente para informarte de mi fortuna. Se me ocurre sin embargo una tercera alternativa, que no te permitirá elegir el inicio -¿quien puede elegir el inicio de cualquier manera?- pero sí el final...
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